Estoy
acostumbrada a él. A su risa pícara, ese hermoso sonido que resuena en mis oídos
a cada momento. Estoy acostumbrada a su forma de caminar. A verlo caminar hacia
mí, esbozando esa sonrisa tan peculiar de él.
Puedo
sentir su fragancia aun cuando estamos a kilómetros. Pareciera que sigue aquí.
Parece que ahora mismo se encuentra sentado a mi lado susurrando mi nombre y murmurando
chistes sin gracia alguna.
Y esos
sueños por las noches en las que aparece con una sonrisa tímida y un “Lo siento”
entre las manos, parecen tan reales que me cuesta y me duele el tener que
volver a la realidad. Él es tan irreal ahora mismo, que duele.
Ahora él no
está y el dolor es casi parte de mí. Simplemente quisiera arrancarlo de dentro
de mí y lanzarlo a un lugar en el que sé que jamás lo volveré a encontrar. Sé también
que el problema es que sería capaz de darme media vuelta y buscarlo. Pero no
puedo, no podría después de todo. Por más que me esté muriendo por saber de él,
correr hacia sus brazos solo empeoraría todo.
Volvería a
escuchar su risa, volvería a ver cómo camina, volvería a sentir su fragancia y
volvería a escuchar su voz diciendo mi nombre… y me costaría volver a la
realidad.
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