30 mar 2016

El chico impulsivo

Cuando lo conocí, me empezó a gustar. Teniamos tanto en común y eso realmente me sorprendía. Reíamos las mismas bromas, cantábamos las mismas canciones, pensábamos las mismas soluciones para los mismos problemas. Cuando por primera vez me besó y luego tomó mi mano, supe que con él todo sería nuevo.
Me enamoré de él. Me enamoré antes de conocerlo bien, antes de saber quién era. En nuestra primera pelea, fue tras de mí. Si yo le cortaba el teléfono, él me llamaba. Me tomaba siempre de la mano. Y yo sonreía.
Hasta que comencé a conocerlo más. Hasta que un día me fui, y no me buscó. Hasta que él empezó a cortarme las llamadas. Hasta que me soltaba la mano al caminar porque se enojaba. Me di cuenta de que me enamoré del chico impulsivo.
Me enamoré de sus ganas de no querer hablar. Me enamoré de sus celos incomprensibles. Me enamoré de las llamadas que no me contestaba porque estaba enojado. Me enamoré de sus arranques de enojo con el mundo. Me enamoré de su silencio.
Sí, me enamoré. Me dejé enamorar. Porque también me enamoré de sus más sinceras disculpas. Me enamoré también de sus besos repentinos. De sus fuertes abrazos. De sus llamadas cuando yo estaba triste. Me enamoré de su voz diciendo mi nombre. Me enamoré de él yendome a buscar, de él esperándome, de él acompañándome a todos lados. Me enamoré de él porque él se enamoró de mí, de mi incapacidad para pensar en otra cosa que no sea dormir. Se enamoró de mi impaciencia, de mis ganas de renegar, de mis llamadas a media madrugada cuando solo quiere dormir y yo contarle un sueño que tuve, de mis ganas de hablar. Me enamoré porque él me conoce.
Me enamoré de su impulsividad no solo para enojarse, sino para amar, y dejarse amar.