Él era como el no saber que hacer un
domingo por la tarde, un día de esos tontos, que no sabes que inventar, y te
preguntas todas las dudas existenciales
que pasan por tu mente, pero me detengo principalmente en: ¿Por qué él? ¿Por
qué no otro? Pero ni yo lo sé, y sí, la verdad, eso me preocupaba.
Erick, un nombre irónico para alguien
como él. Aquel alias reflejaba alegría,
con un pequeño y casual toque de picardía. Todo lo contrario a él. Una persona
frívola, bohemia e independiente. Nunca
había conocido a alguien como él, alguien tan despreocupado de la vida; una
persona nihilista que sólo se desasosegaba por el “hoy”. Tal vez había sido eso
lo que me puso de cabeza en un instante; y él sólo tuvo que decir: Hola.
Al principio, era yo la que lo pensaba a
diario, desconocedora de la realidad que me rodeaba y que esperaba
pacientemente a que yo quedara totalmente indefensa para poder ir a cortar con
toda esperanza de estar bajo su mismo cielo. Del cielo de Erick. Traté y no lo
pude evitar, ilusionarme con nimiedades aparentemente inofensivas. Y caí, caí
rotundamente donde no quería caer: En el dolor.
Me enervó, me agotó, me mató, me hizo sacar
lo peor de mí, pero también me hizo creer que por muy negro que esté el día,
que por muchos problemas que haya tenido, acabarán y podré seguir adelante como si nada. Hizo
que mis “PROS”, parezcan insignificantes en comparación de los suyos. Hizo que
cada poro de mi piel se erice al acordarse de él, aunque esté a un millón de km
de mí.
Él creía que podía arreglarlo todo con un
simple perdón, y si, lo hacía, no sé cómo se las apañaba, pero, por muy
enfadada que yo hubiera llegado a estar, él iba, se disculpaba y sonreía, y yo
intentando evitarlo, lo perdonaba, sin más.
Teníamos demasiadas diferencias, pero eso
nunca ha fue un problema. Hasta que, verdaderamente, lo fue.
Yo no era quien le robaba el sueño a este
misterioso personaje que apareció en mi vida por obra de las estrellas, de los
planetas, del destino o toda esa ironía de la suerte. El dolor fue tanto que me
alejé. Huí como cobarde en vez de enfrentar toda esa situación. Y me perdí, me
sumergí en un profundo mar de indiferencia para darlo –por fin- por olvidado;
como si él tuviera la culpa de no haberse enamorado de mí, como si él fuera el
culpable de que yo me haya vuelto loca. Como si hubiera sido la culpa de él que
yo lo viera con ella, como si yo fuera la víctima y no la ingenua adolescente
de siempre que cae derrumbada ante un par de palabras completamente mal dirigidas. Fue complicado al
principio, pero pasaron muchos meses y pasaron rápidos. Y para mí, todo era
tranquilidad. Fue ahí, en medio de toda esa paz interna imaginaria, que
apareció a quien hoy llamo “Roger”. Desprevenidamente, como si el destino
planeara su gran artilugio por un largo tiempo y revisando cada detalle, lo
conocí. Fue extraña la manera, pero, nada es normal por aquí. Al comienzo, fue
una persona más en mi círculo de conocidos, pero con un pequeño gesto, se ganó
un lugar especial dentro de mí. Y yo me perdía entre esos preciosos ojos. Pero,
inmediatamente después, el gran personaje anterior, tiene la idea descabellada
de hacer su increíble presentación en el medio del show de otro. Ya me había
acostumbrado a no saber de él, y ahora estaba de regreso. Listo, más listo que
nunca. Desafortunadamente, yo no lo estaba; así que caí. CAÍ. Volaba y luego
caí, sin poder volver a estirar mis alas nuevamente. Adiós, Roger. Nunca lo
quise así.
Erick me daba la tranquilidad, la inexpugnable firmeza, y todos aquellos
desafíos. Aquellos desafíos para poder comprenderlo, para poder siquiera
imaginar qué era lo que pasaba por su mente al verme, o al imaginarme, si es
que en algún momento pasé por su cabeza, no ligeramente, sino dejando huellas
que ni siquiera la lluvia hubieran podido borrar.