16 oct 2016

500 vendas

Al inicio todo iba tan bien. Dios, estaba tan enamorada. Comenzar una nueva historia con alguien siempre es bonito. Los mensajes inesperados, las llamadas que duran horas de horas, las noches en las que solo quieres estar con esa persona, las ilusiones, la inocencia... 

Ambos llevábamos la relación de una forma increíble. Teníamos problemas, pero los solucionábamos al instante porque no queríamos estar enojados el uno con el otro. Y apenas arreglábamos la pelea, nos decíamos cuánto nos queríamos. Era tan fácil estar con él. Era tan sencillo quererlo. Una relación simple, pero con muchas esperanzas e ilusiones. 

Pasó el tiempo y como todo lo que sube, esto también tuvo que bajar. Las peleas se hacían más frecuentes. Cada vez eran más fuertes; no nos medíamos, dejábamos que nuestros impulsos coléricos hagan el trabajo. No pensábamos en el otro, solo en nuestro enojo. Y así fue como llegó la primera traición. 

Dolió. Dolió como no tienen idea. Se me vino el mundo abajo, y toda la ilusión se me murió en un instante. Pasó tan rápido que no lo vi venir, ni siquiera lo imaginé; es que no tuve tiempo de hacerlo. 
Las cosas empeoraron cuando surgieron a la luz muchas otras cosas más de las que yo no sabía. Lo peor es que yo no lo buscaba. Nadie podía decir que la curiosidad mató al gato, pues yo no quería enterarme de nada. 
A pesar de todo lo seguimos intentando porque el amor era más fuerte. El amor lo puede todo, decíamos. 
Fue difícil, tomó tiempo, lágrimas y discusiones para hacer que todo funcionara de nuevo, pero ahí estábamos. Los dos juntos sin nadie más. 
Todo se veía tan bien... Se veía. 
Yo ya no era la misma de antes, como cualquiera puede imaginárselo. Me volví más fría y menos confiada. Me quité las quinientas vendas de los ojos para poder verlo bien al rostro y analizar sus palabras. Me agotaba no poder confiar plenamente, pero era algo inevitable. 

Mis sentimientos eran claros. Seguía sintiendo lo mismo, es más, incluso estaba mucho más enamorada de él. Lo quería en mi vida siempre. Sin embargo, mi forma de pensar era otra. 
¿Qué es peor que recordar una traición? Es imaginarla. Tenerla en la cabeza siempre, todos los días, a cada momento. No ser capaz de borrarla de tu cabeza. Tener que levantarte y recoger tu autoestima que está hecha pedazos al lado de ti en el suelo cada vez que la recuerdas. Tener que limpiar las lágrimas que derramaste en tu almohada, no importa si ya se evaporaron. Tener que perdonar limpiamente, sin rencor ni resentimiento.
Y es ahí donde yo fallé. Quería perdonar, pero no dejé que mi corazón lo hiciera. 
Dejé que el odio me cegara, dejé que la cólera me pusiera esas 500 vendas nuevamente y no me permitiera ver con claridad. Cometí un error del que me arrepiento. Todo desde ahí se convirtió en una red de engaños y mentiras que yo misma construí. Cuando me di cuenta ya estaba metida hasta el fondo. Lo peor era no poder hablar porque no era capaz de confesar algo que ya me habían hecho a mí. Me encerré en mi arrepentimiento y la depresión volvió. No dejaba de pensar en lo que había hecho, no quería ver a nadie, no quería verlo a él. 
Hubieron tantas veces en las que quise hablar. Dios sabe cuánto necesité decírselo. Quería que me odiara de una vez y se acabara todo, porque yo era tan cobarde que no podía. 
Todas esas lágrimas que me hicieron derramar, las derramo de nuevo porque perdí algo increíble por no saber perdonar. 

Una vez me dijeron "no puedes pasar por todo eso y seguir siendo la misma persona, algo así te cambia". Ingenua yo, al pensar que esto era mentira. 
No me malinterpreten. No culpo a nadie de mis errores. Fui yo quien se equivocó durante todo el proceso, y la culpa es solo mía. Dejé de ser la víctima para convertirme en la villana de la historia. Dejé de lado todos mis valores, mi moral, mis creencias, mi entera personalidad. Ignoré el grito de mi subconsciente que me decía "no lo hagas, eres mejor que eso". Jamás en mi corta vida pensé cometer tal error y sin embargo, a pesar de todas las señales, decidí hacerlo. Es por ello que es mi culpa y la de nadie más. 
No sé si algún día podré pedirle perdón personalmente. Solo espero que me dé la oportunidad, así como algún día yo se la di. Entiendo perfectamente cómo se siente. Pero no tengo la cara para reclamarme que me perdone. Es injusto. No puedo obligarlo. No es una con otra. No. 

Lo más triste es ponerse a pensar y darse cuenta de que se perdió toda la inocencia que hubo en ese primer beso, en esa primera caricia, en ese primer abrazo. Se perdió todo. 
Y las quinientas vendas siguen tiradas en el suelo. 

30 mar 2016

El chico impulsivo

Cuando lo conocí, me empezó a gustar. Teniamos tanto en común y eso realmente me sorprendía. Reíamos las mismas bromas, cantábamos las mismas canciones, pensábamos las mismas soluciones para los mismos problemas. Cuando por primera vez me besó y luego tomó mi mano, supe que con él todo sería nuevo.
Me enamoré de él. Me enamoré antes de conocerlo bien, antes de saber quién era. En nuestra primera pelea, fue tras de mí. Si yo le cortaba el teléfono, él me llamaba. Me tomaba siempre de la mano. Y yo sonreía.
Hasta que comencé a conocerlo más. Hasta que un día me fui, y no me buscó. Hasta que él empezó a cortarme las llamadas. Hasta que me soltaba la mano al caminar porque se enojaba. Me di cuenta de que me enamoré del chico impulsivo.
Me enamoré de sus ganas de no querer hablar. Me enamoré de sus celos incomprensibles. Me enamoré de las llamadas que no me contestaba porque estaba enojado. Me enamoré de sus arranques de enojo con el mundo. Me enamoré de su silencio.
Sí, me enamoré. Me dejé enamorar. Porque también me enamoré de sus más sinceras disculpas. Me enamoré también de sus besos repentinos. De sus fuertes abrazos. De sus llamadas cuando yo estaba triste. Me enamoré de su voz diciendo mi nombre. Me enamoré de él yendome a buscar, de él esperándome, de él acompañándome a todos lados. Me enamoré de él porque él se enamoró de mí, de mi incapacidad para pensar en otra cosa que no sea dormir. Se enamoró de mi impaciencia, de mis ganas de renegar, de mis llamadas a media madrugada cuando solo quiere dormir y yo contarle un sueño que tuve, de mis ganas de hablar. Me enamoré porque él me conoce.
Me enamoré de su impulsividad no solo para enojarse, sino para amar, y dejarse amar.