27 abr 2015

Resiliencia

Jamás entenderé la forma en la que me hizo sentir. Quizá fui yo quien causó todo esto –siempre encuentro una manera de culparme-, sin embargo, estoy segura de que, en ese momento, fuimos los dos. Mis ojos se ahogaban en lágrimas que yo detenía, saqué fuerzas de Dios sabe dónde para tan solo levantar la mirada y conectarla por unos segundos con la suya. Inmediatamente, comencé a temblar y la tuve que bajar de nuevo. Fue la despedida más fría y veloz que haya podido experimentar. Hubo cierta dureza en su voz. Ya no había dulzura. Y lo peor es darse cuenta de que durante todo el día, lo único que hice es aguantar en silencio estas palabras, porque no sabía cómo ordenarlas. No comparto con nadie mi amargura, la misma que hoy pude ver en sus ojos. Pero la de él era distinta. El café de sus ojos, que solía quitarme el sueño, ahora era amargo. 
De pronto, nos desvanecimos y yo, casi rompo a llorar. No sé ni por qué escribo esto, no es mi estilo. Pero a estas horas de la noche, solo puedo pensar en lo que pudo haber sido y no fue. Renunciar a algo que quieres es duro. Y lo peor es que lo tienes que vivir por ti mismo. Es decir, solo.

Jamás entenderé. Y lo digo porque no es sutil la diferencia de sensaciones. Un día me hace volar y, al otro, tengo que levantarme sola.

Las noches son las más complicadas. Quiero decir, durante el día, en mi cabeza se entrelazan muchos pensamientos. Y todos, absolutamente todos, tienen que ver con su repentina ausencia. Es solo que la rutina me mantiene ocupada, distraída, atareada. Pero cuando llego a casa, la soledad de mi habitación me envuelve y, en lugar de concentrarme en cualquier otra cosa, siento su olor. Escucho su voz, su risa. Veo su rostro. Es triste, desconcertante, desconsolador. Y luego sigue una lucha interna conmigo misma para no cometer un error que puede me llegue a lastimar más de lo que ya estoy.


Sí, las heridas sanarán. Sí, lo superaré. Pero eso es en un tiempo. Por ahora, todavía no lo entiendo. Y es por esa razón que duele. Mucho.