Al inicio todo iba tan bien. Dios, estaba tan enamorada. Comenzar una nueva historia con alguien siempre es bonito. Los mensajes inesperados, las llamadas que duran horas de horas, las noches en las que solo quieres estar con esa persona, las ilusiones, la inocencia...
Ambos llevábamos la relación de una forma increíble. Teníamos problemas, pero los solucionábamos al instante porque no queríamos estar enojados el uno con el otro. Y apenas arreglábamos la pelea, nos decíamos cuánto nos queríamos. Era tan fácil estar con él. Era tan sencillo quererlo. Una relación simple, pero con muchas esperanzas e ilusiones.
Pasó el tiempo y como todo lo que sube, esto también tuvo que bajar. Las peleas se hacían más frecuentes. Cada vez eran más fuertes; no nos medíamos, dejábamos que nuestros impulsos coléricos hagan el trabajo. No pensábamos en el otro, solo en nuestro enojo. Y así fue como llegó la primera traición.
Dolió. Dolió como no tienen idea. Se me vino el mundo abajo, y toda la ilusión se me murió en un instante. Pasó tan rápido que no lo vi venir, ni siquiera lo imaginé; es que no tuve tiempo de hacerlo.
Las cosas empeoraron cuando surgieron a la luz muchas otras cosas más de las que yo no sabía. Lo peor es que yo no lo buscaba. Nadie podía decir que la curiosidad mató al gato, pues yo no quería enterarme de nada.
A pesar de todo lo seguimos intentando porque el amor era más fuerte. El amor lo puede todo, decíamos.
Fue difícil, tomó tiempo, lágrimas y discusiones para hacer que todo funcionara de nuevo, pero ahí estábamos. Los dos juntos sin nadie más.
Todo se veía tan bien... Se veía.
Yo ya no era la misma de antes, como cualquiera puede imaginárselo. Me volví más fría y menos confiada. Me quité las quinientas vendas de los ojos para poder verlo bien al rostro y analizar sus palabras. Me agotaba no poder confiar plenamente, pero era algo inevitable.
Mis sentimientos eran claros. Seguía sintiendo lo mismo, es más, incluso estaba mucho más enamorada de él. Lo quería en mi vida siempre. Sin embargo, mi forma de pensar era otra.
¿Qué es peor que recordar una traición? Es imaginarla. Tenerla en la cabeza siempre, todos los días, a cada momento. No ser capaz de borrarla de tu cabeza. Tener que levantarte y recoger tu autoestima que está hecha pedazos al lado de ti en el suelo cada vez que la recuerdas. Tener que limpiar las lágrimas que derramaste en tu almohada, no importa si ya se evaporaron. Tener que perdonar limpiamente, sin rencor ni resentimiento.
Y es ahí donde yo fallé. Quería perdonar, pero no dejé que mi corazón lo hiciera.
Dejé que el odio me cegara, dejé que la cólera me pusiera esas 500 vendas nuevamente y no me permitiera ver con claridad. Cometí un error del que me arrepiento. Todo desde ahí se convirtió en una red de engaños y mentiras que yo misma construí. Cuando me di cuenta ya estaba metida hasta el fondo. Lo peor era no poder hablar porque no era capaz de confesar algo que ya me habían hecho a mí. Me encerré en mi arrepentimiento y la depresión volvió. No dejaba de pensar en lo que había hecho, no quería ver a nadie, no quería verlo a él.
Hubieron tantas veces en las que quise hablar. Dios sabe cuánto necesité decírselo. Quería que me odiara de una vez y se acabara todo, porque yo era tan cobarde que no podía.
Todas esas lágrimas que me hicieron derramar, las derramo de nuevo porque perdí algo increíble por no saber perdonar.
Una vez me dijeron "no puedes pasar por todo eso y seguir siendo la misma persona, algo así te cambia". Ingenua yo, al pensar que esto era mentira.
No me malinterpreten. No culpo a nadie de mis errores. Fui yo quien se equivocó durante todo el proceso, y la culpa es solo mía. Dejé de ser la víctima para convertirme en la villana de la historia. Dejé de lado todos mis valores, mi moral, mis creencias, mi entera personalidad. Ignoré el grito de mi subconsciente que me decía "no lo hagas, eres mejor que eso". Jamás en mi corta vida pensé cometer tal error y sin embargo, a pesar de todas las señales, decidí hacerlo. Es por ello que es mi culpa y la de nadie más.
No sé si algún día podré pedirle perdón personalmente. Solo espero que me dé la oportunidad, así como algún día yo se la di. Entiendo perfectamente cómo se siente. Pero no tengo la cara para reclamarme que me perdone. Es injusto. No puedo obligarlo. No es una con otra. No.
Lo más triste es ponerse a pensar y darse cuenta de que se perdió toda la inocencia que hubo en ese primer beso, en esa primera caricia, en ese primer abrazo. Se perdió todo.
Y las quinientas vendas siguen tiradas en el suelo.
Más complicado que la ironía
16 oct 2016
30 mar 2016
El chico impulsivo
Cuando lo conocí, me empezó a gustar. Teniamos tanto en común y eso realmente me sorprendía. Reíamos las mismas bromas, cantábamos las mismas canciones, pensábamos las mismas soluciones para los mismos problemas. Cuando por primera vez me besó y luego tomó mi mano, supe que con él todo sería nuevo.
Me enamoré de él. Me enamoré antes de conocerlo bien, antes de saber quién era. En nuestra primera pelea, fue tras de mí. Si yo le cortaba el teléfono, él me llamaba. Me tomaba siempre de la mano. Y yo sonreía.
Hasta que comencé a conocerlo más. Hasta que un día me fui, y no me buscó. Hasta que él empezó a cortarme las llamadas. Hasta que me soltaba la mano al caminar porque se enojaba. Me di cuenta de que me enamoré del chico impulsivo.
Me enamoré de sus ganas de no querer hablar. Me enamoré de sus celos incomprensibles. Me enamoré de las llamadas que no me contestaba porque estaba enojado. Me enamoré de sus arranques de enojo con el mundo. Me enamoré de su silencio.
Sí, me enamoré. Me dejé enamorar. Porque también me enamoré de sus más sinceras disculpas. Me enamoré también de sus besos repentinos. De sus fuertes abrazos. De sus llamadas cuando yo estaba triste. Me enamoré de su voz diciendo mi nombre. Me enamoré de él yendome a buscar, de él esperándome, de él acompañándome a todos lados. Me enamoré de él porque él se enamoró de mí, de mi incapacidad para pensar en otra cosa que no sea dormir. Se enamoró de mi impaciencia, de mis ganas de renegar, de mis llamadas a media madrugada cuando solo quiere dormir y yo contarle un sueño que tuve, de mis ganas de hablar. Me enamoré porque él me conoce.
Me enamoré de su impulsividad no solo para enojarse, sino para amar, y dejarse amar.
Me enamoré de él. Me enamoré antes de conocerlo bien, antes de saber quién era. En nuestra primera pelea, fue tras de mí. Si yo le cortaba el teléfono, él me llamaba. Me tomaba siempre de la mano. Y yo sonreía.
Hasta que comencé a conocerlo más. Hasta que un día me fui, y no me buscó. Hasta que él empezó a cortarme las llamadas. Hasta que me soltaba la mano al caminar porque se enojaba. Me di cuenta de que me enamoré del chico impulsivo.
Me enamoré de sus ganas de no querer hablar. Me enamoré de sus celos incomprensibles. Me enamoré de las llamadas que no me contestaba porque estaba enojado. Me enamoré de sus arranques de enojo con el mundo. Me enamoré de su silencio.
Sí, me enamoré. Me dejé enamorar. Porque también me enamoré de sus más sinceras disculpas. Me enamoré también de sus besos repentinos. De sus fuertes abrazos. De sus llamadas cuando yo estaba triste. Me enamoré de su voz diciendo mi nombre. Me enamoré de él yendome a buscar, de él esperándome, de él acompañándome a todos lados. Me enamoré de él porque él se enamoró de mí, de mi incapacidad para pensar en otra cosa que no sea dormir. Se enamoró de mi impaciencia, de mis ganas de renegar, de mis llamadas a media madrugada cuando solo quiere dormir y yo contarle un sueño que tuve, de mis ganas de hablar. Me enamoré porque él me conoce.
Me enamoré de su impulsividad no solo para enojarse, sino para amar, y dejarse amar.
5 sept 2015
Polos opuestos
Cuando
dos personas completamente diferentes se unen, solo hay dos finales posibles: o
funciona o no. No hay tantas vueltas para dar, solo la verdad. Cuando vi esta
imagen, lo que pensé es en la cantidad de historia que resume. En la cantidad
de parejas que vivieron sus diferencias a tope y no supieron sobrellevar la
relación, o las que sí lo supieron. Por la posición de las manos, me da a
entender que, a pesar de ser variadamente opuestos, intentan comprender la
complejidad de sus mentes, sin cambiarlas, sin ordenarlas. Los dibujos de fondo
recapitulan las experiencias de sus vidas: los detalles, las pequeñas cosas, lo
que parecía no importar. Las entradas para el cine, las lágrimas de felicidad,
las copas de vino, las risas, las horas… Porque de eso se trata, de rescatar
las similitudes y lo compartido. De ver más allá que discusiones
temperamentales, de sacarle provecho a las personalidades enfrentadas.
De
amarse, aunque no se comprendan.
16 jun 2015
Ni la primera ni la segunda
No fui la primera en su vida. No fui la primera en
absolutamente nada. Ya se había enamorado antes. Ya había llorado extrañando a
alguien, ya había cantado canciones románticas a todo pulmón. Ya se había
embriagado pensando en otra persona.
No llegué a tiempo para ver su primera sonrisa enamorada. No
estuve cuando pronunció por primera vez un “te quiero”. No fui la primera en su
vida.
Tengo muchas preguntas para él. A veces quisiera simplemente
hacerlas y escuchar lo que dice, otras veces no deseo escuchar la respuesta a
ellas. Él tampoco fue el primer chico a quien extrañé; sin embargo, sí sé que
es el primero a quien quiero de este modo, con esta intensidad. No encuentro
manera de explicar cómo es que pasó esto. Lo único que puedo decir es que él ha
creado un mundo totalmente distinto al cual ya estoy acostumbrada. Quizá caiga
en lo cliché al hablar así, pero es que el tan solo imaginarlo junto a mí hace
que mi corazón dé un brinco, que mi piel se erice, que una sonrisa de medio
lado se dibuje en mi rostro.
A veces me tortura el pensamiento, imaginando e inventando
recuerdos que yo no he vivido, y es en esos momentos cuando más necesito de él,
su comprensión, su amor, su ternura, su cariño. Y es que nada iguala la
sensación que me causa cuando me toma de la mano y, mirándome a los ojos, me
dice esas cosas que solo suenan bien cuando salen de sus labios.
Hay muchas ocasiones en las que quiero decirle algo, o quizá
todo. Confesarle absolutamente todos mis miedos, mis inseguridades. Pero es
difícil, por eso elijo el disimulo y la indiferencia. Estos estarán mejor en mi
mente, donde nadie pueda escucharlos. Es que luego me besa y se me olvida hasta
el nombre.
No. No fui la primera en su vida. Pero eso no importa.
No quiero perderme...
No quiero perderme tus barbas de
cinco días los trescientos sesenta y cinco del año, todo porque no tienes
tiempo de afeitarte. Ni que me recuerdes las cosas que te he dicho y ya se me
han olvidado.
Quiero seguir aprendiendo que a
tus amigos los llamas “patas” y que cada vez que llegas a casa empiezas a tocar
tu guitarra.
No quiero perderme el que te
enfades a medias cuando me olvido de comer. Te pones muy gracioso cuando haces
gestos e intentas hacerme reír, sabiendo certeramente que lo conseguirás.
Me gusta poner caras
espontáneas porque sé que te gusta y admito que a veces lo hago para que
sonrías; te revuelves bruscamente y sueltas una carcajada.
Me declaro fan de los
emojis y los uso más contigo que con cualquier otra persona. Me resulta fácil
quererte de lunes a lunes, incluso los feriados. Porque tu ropa huele a ti… y
ese polo azul… y tu forma de caminar, de desprenderte de tus brazos y de
contarme con detalle qué has hecho en el día, de repasar mentalmente lo que te
falta hacer; yo finjo que te escucho y, mientras, miro la forma de tus labios.
Ya sé que tu momento de reflexión es antes de irte a dormir, que no tienes
miedo a decir cosas de amor y que “Titanes del pacífico” es tu película
favorita.
Quiero seguir aprendiendo que los te amos que nos
decimos no son lo más bonito que hay entre tú y yo, sino son las cosas que
compartimos lo que me hacen feliz.
Que podría describir de
miles de maneras tu cara de ilusión y de enfado; que quiero despertarme a tu
lado todos los viernes a medianoche.
Que quiero seguir
conociéndote todas las mañanas; que no quiero solo tus días normales, quiero
tus días felices y tus días amargos. Y no tengo razones comprobables, solo
puedo decirte que sigo enamorada.
Que hoy he aprendido que eres a
quien más quiero en esta vida.
27 abr 2015
Resiliencia
Jamás entenderé la forma en la que me hizo sentir. Quizá fui
yo quien causó todo esto –siempre encuentro una manera de culparme-, sin
embargo, estoy segura de que, en ese momento, fuimos los dos. Mis ojos se
ahogaban en lágrimas que yo detenía, saqué fuerzas de Dios sabe dónde para tan
solo levantar la mirada y conectarla por unos segundos con la suya.
Inmediatamente, comencé a temblar y la tuve que bajar de nuevo. Fue la
despedida más fría y veloz que haya podido experimentar. Hubo cierta dureza en
su voz. Ya no había dulzura. Y lo peor es darse cuenta de que durante todo el
día, lo único que hice es aguantar en silencio estas palabras, porque no sabía
cómo ordenarlas. No comparto con nadie mi amargura, la misma que hoy pude ver
en sus ojos. Pero la de él era distinta. El café de sus ojos, que solía
quitarme el sueño, ahora era amargo.
De pronto, nos desvanecimos y yo, casi
rompo a llorar. No sé ni por qué escribo esto, no es mi estilo. Pero a estas
horas de la noche, solo puedo pensar en lo que pudo haber sido y no fue. Renunciar
a algo que quieres es duro. Y lo peor es que lo tienes que vivir por ti mismo.
Es decir, solo.
Jamás entenderé. Y lo digo porque no es sutil la diferencia
de sensaciones. Un día me hace volar y, al otro, tengo que levantarme sola.
Las noches son las más complicadas. Quiero decir, durante el
día, en mi cabeza se entrelazan muchos pensamientos. Y todos, absolutamente
todos, tienen que ver con su repentina ausencia. Es solo que la rutina me
mantiene ocupada, distraída, atareada. Pero cuando llego a casa, la soledad de
mi habitación me envuelve y, en lugar de concentrarme en cualquier otra cosa,
siento su olor. Escucho su voz, su risa. Veo su rostro. Es triste,
desconcertante, desconsolador. Y luego sigue una lucha interna conmigo misma
para no cometer un error que puede me llegue a lastimar más de lo que ya estoy.
Sí, las heridas sanarán. Sí, lo superaré. Pero eso es en un
tiempo. Por ahora, todavía no lo entiendo. Y es por esa razón que duele. Mucho.
13 abr 2015
Collide
Ha pasado solo un día y ya extraño su voz. Momentáneamente, me da la tentación de llamarlo, sin decir nada, solo para escucharlo unos sencillos segundos.
Extraño la dulzura con la que me decía "Amor"... La ternura y la calidez de sus palabras cuando las pronunciaba, y aun cuando las escribía. Extraño su risa a carcajadas, sus burlas, sus chistes para nada cómicos. Necesito sus abrazos, sus besos en la frente, sus manos en las mías.
Necesito su olor, necesito que mi cabello se enrede en él. Extraño sus llamadas repentinas, los silencios en ellas cuando no había nada y a la vez todo por decir.
Solo ha pasado un día y ya extraño mi vida junto a él. Andar tomados de las manos ante las inexplicables miradas de los transeúntes. Necesito su mirada fija en la mía.
Lo necesito a él.
https://www.youtube.com/watch?v=lWJvuG6fUQw
13 sept 2014
Tan solo un segundo de ti
Es lo que pido
Mi sonrisa y la tuya
Tu calor y el mío
Así no
existiría el invierno
Solo nuestro abrigo
Mirar tus ojos verdes
Hasta
perderme en tus latidos
Navegar por la calma de tu piel
Izar las velas en tus labios
Dejando un suspiro
Porque
mi locura
Se
vuelve amor
Cuando estás conmigo
-P.R.V
23 jul 2014
Percepción
Todo puede cambiar
cuando menos te lo esperas.
Tu mundo puede girar
cuando menos te lo imaginas.
Vas caminando por la
ciudad como si la vida no dependiera de cada paso que das. Lo único por lo que
te desasosiegas es por vivir el hoy y no darle explicaciones de tus acciones a
absolutamente nadie.
Crees que hay un
equilibrio perfecto entre el mundo de las demás personas y el tuyo. Entonces,
vives así. Sin preocupaciones.
Pero de repente todo
cambia. Tan de repente y sin previo aviso, conoces a ese “alguien” que te pone
el mundo de cabeza. No quieres admitirlo pero sabes que esa persona ha marcado
un “antes” y un “después” en tu vida. Sabes que vino para quedarse, sabes que
sus ojos se inmiscuyeron en los tuyos, sin permiso, sin autorización, y eso los
hace eternos en tu alma. Todo iba bien y de repente llega alguien y te enseña
otro modo de felicidad, otra forma de ser feliz. Te das cuenta de que la vida
depende de cada paso que das, de que te empiezas a preocupar por la otra
persona, de que no necesitas darle explicaciones de nada pero aun así quieres
dárselas porque te hace feliz. Ese “alguien” te hace feliz. Y no hay nada que
los demás puedan hacer al respecto. Pasó de ser alguien completamente extraño a
ser la persona de la que no puedes dejar de pensar. Alguien con quien puedes
comer pizza a las 2 de la mañana y besarse a las 6 de la tarde. Y quieres ser
mejor. Quieres darle lo mejor. Existe otra versión de ti gracias a él o a ella.
Pero luego tus miedos empiezan a hacerse presentes. Tu inseguridad toma el rol
de líder en tus emociones y no es para menos: esa persona te empieza a fallar.
Comienzas a darte cuenta de que no es perfecta. Te fijas en sus pequeños
desperfectos y luego caes en la realidad. Ya nada es lo mismo, todo empieza a
cambiar porque ya no estás ciego o ciega de amor. Ya no eres ese que se
ilusionó en un principio porque los golpes que te da son demasiados. Te agotan
y no sabes de dónde sacar fuerzas, pero sigues caminando contra la tempestad.
Tratas de recordar cómo te ilusionaste al principio, e intentas traer al
presente esos recuerdos hermosos de ustedes sonriendo y mirándose el uno al
otro, en segundos eternos. Pero no se puede luchar en solitario cuando hay dos
personas por las cual pelear. Y no sabes qué hacer, miras a todos lados en
busca de ayuda pero solo hay miradas incrédulas que te dicen que abandones. No
quieres escucharlas pero sabes que tienen razón. Estás a punto de caer, la soga
está a punto de romperse y sin embargo tratas en vano de sostenerte más y más
fuerte. Hasta que notas que el amor por el que has estado luchando es tu propio
verdugo. La persona de la cual has estado enamorado va cortando la soga
lentamente mientras tú la miras sorprendido, pero de alguna manera ya te lo
esperabas. Y es ahí donde caes, y te quedas en el suelo esperando a que otro “alguien”
te levante. Pero tu mundo ya cambió. Ya no puedes ir por la vida fingiendo que
todo está bien, el equilibrio entre los mundos que constituyen tu existir se desmoronó.
¿Ya te diste cuenta
de que todo puede cambiar cuando menos te lo esperas?
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